Comienzo de la Vida Humana.
Por José Miranda Heras, Medico pediatra y Presidente de ANDEVI.
¿Qué diferencia existe entre un feto y un niño recién nacido?
Realmente casi ninguna; ambos pueden patalear; el niño, además, puede expresar sus protestas con sonidos. Poco más.
Si alguien concibe la idea de que la vida de un feto no tiene valor y razona de un modo consecuente, tampoco tendrá argumentos para defender la vida del recién nacido o la de un niño de pocos meses.
Profundizaremos en un caso claro: el cerebro.
Las informaciones no reales que circulan con frecuencia en los medios, tendentes a facilitar la interrupción de la vida embrionaria en una fase avanzada, tomando como referencia el desarrollo cerebral, solo han servido para sembrar la duda acerca del desarrollo cerebral de sus promotores. Pero, inexplicablemente, se han difundido tanto unos grotescos argumentos, que conviene puntualizar.
El proceso de la fertilización – que es cuando se inicia la vida del ser humano – es único y decisivo.
Desde ese momento no se encuentra ningún otro cambio biológico que pueda añadir nada al desarrollo del nuevo ser.
La determinación genética del desarrollo de células, tejidos y órganos se manifiesta en el momento preciso como consecuencia concreta de la clave genética.
A las tres semanas de la fertilización ya está formada la llamada placa neural, que corresponde a lo más primitivo del sistema nervioso.
Al final del primer mes ya se encuentra las vesículas que constituyen el encéfalo y, sin solución de continuidad, siguen apareciendo todas las estructuras del sistema nervioso central, que evolucionan en un desarrollo integral, conservando rigurosamente sus proporciones.
La normalidad del desarrollo, determinado por la ordenación genética, se puede alterar por múltiples factores que producen efectos patológicos, cambios nutritivos, hormonales, contaminaciones bacterianas, trastornos del aporte de oxigeno, etc., pero eso no significa nada frente a la realidad de la organización del desarrollo del ser vivo por el sistema de instrucciones genéticas, que aparecen en el momento de la fertilización.
El desarrollo del sistema nervioso no termina con el nacimiento, como evidencian los datos más vulgares y elementales.
En primer lugar, la masa de tejido encefálico aumenta como tres veces durante el primer año de la vida. A la vez que el crecimiento, continúan desarrollándose la multitud de conexiones sinápticas, y se organiza y se completa la estructura y la función de las localizaciones sensoriales y motoras.
El desarrollo de las funciones del sistema nervioso, como muestran los más diversos métodos de exploración, se producen a un ritmo distinto en lo que respecta a las diversas modalidades de sensación. Pero en todo caso, la percepción durante los primeros meses de la vida es por completo insuficiente, como es bien sabido.
A las cuatro semanas, desde el nacimiento, por ejemplo, el niño sólo distingue entre luz y oscuridad. Casi no capta sonidos, y se puede decir que es sordo.
A las doce semanas ya puede seguir con la vista objetos hasta un ángulo de 180 grados, pero no da muestras de discriminación sensorial. Se observa que ya vuelve la cabeza hacia el lado de donde procede un sonido, pero el umbral de sensación auditiva es muy alto. Siente dolor sólo cuando el estímulo es fuerte.
Todo indica que en los primeros meses, y aún años de la vida extrauterina, se producen profundos cambios en el sistema nervioso, pero lo importante es que el desarrollo se hace sin solución de continuidad, y las capacidades funcionales sensoriales y motoras van apareciendo gradualmente.
Volviendo a la pretensión de permitir la muerte prenatal antes de un determinado desarrollo del cerebro los conocimientos más elementales de neurobiología cerebral demuestran que eso sería una completa arbitrariedad sin base científica.
El sistema nervioso es el mismo, con toda su potencialidad genética, tanto en los primeros días del desarrollo embrionario, como al cabo de unos meses o después del parto. Señalar un momento para decidir cuando se permite eliminar una vida humana, sería una fundamentación cínica para permitir el crimen.
Con parecida arbitrariedad podrían partir de un supuesto formulado con un conjunto de incoherencias, para fundamentar, con signos y síntomas torcidamente interpretados, la eutanasia del recién nacido.
La capacidad funcional del cerebro y el sistema nervioso del niño de pocos meses está muy lejos del pleno desarrollo, y sobrarían “argumentos” para negarle los derechos de persona humana, considerándolo simplemente como una “cosa” irresponsable. Si se permitiera la eliminación de una vida humana entre la fertilización y cualquiera de las fases del desarrollo cerebral en sus primeras épocas, no habría menos razón para suprimir la vida del recién nacido.
Consecuentemente, tan infanticidio es eliminar un neonato como un bebe de pocas semanas. Todos los peros que las legislaciones abortistas ponen al infanticidio no tienen base alguna, desde que se niegan a respetar la vida humana indefensa del no nacido para permitir la impunidad del aborto.
El infanticidio tiene una historia tan larga como la humanidad, realizado de maneras diversas como el despeñamiento en el torrente de Taigeto de Esparta, el abandono en germanos y mongoles en la Alta Edad Media, hasta el prosaico “clareo” de las hijas practicado por los campesinos japoneses del siglo XVIII.
En la actualidad, con el diagnóstico prenatal por ecografía, estudio del líquido amniótico o biopsia corial se pueden “prevenir” muchos nacimientos de niños defectuosos mediante el aborto.
Algunas deformaciones sin embargo, sólo se descubren después de nacer y, para esos casos, el único recurso que tienen es eliminar a los recién nacidos.
A esto, en algunos Estados de USA, se le ha dado el nombre de “aborto post-natal”. Esta expresión parece contradictoria, pero los que hablan así tienen que anestesiar su conciencia de algún modo. Son más lógicos que los que admiten el aborto en algunas o muchas circunstancias y se echan las manos a la cabeza al oír hablar de infanticidio. Admitido el aborto, nadie puede dar razones para no dejar morir a un niño deficiente o no deseado.
El infanticidio existe hoy día. En Occidente ya se dejan morir a niños defectuosos y en China se mata (generalmente por asfixia) a niñas, ya que no perpetuarán el apellido de la familia o por reducir la natalidad. Si queremos luchar contra esta situación, no tenemos posibilidad ninguna de avances si no hacemos comprender el valor sagrado de toda vida humana, antes o después del nacimiento.